Érase una vez un chico que se llamaba Manuel, era feliz con su vida. Tenía un trabajo estable, muchos amigos e incluso una novia que le quería mucho. Pero todo cambió un día cuando, de repente, salió a la calle a hacer unas compras y un coche que venía a toda velocidad le atropelló, dejándole inconsciente en plena calle.
Cuando despertó en el Hospital descubrió, muy a su pesar, que tendría que pasar mucho tiempo en una silla de ruedas y, para su desgracia, su novia le dejó, le despidieron de su trabajo e, incluso, todos sus amigos le hicieron de lado. Manuel cayó en un estado de depresión porque, aparte de ver como se había quedado en una silla de ruedas, todos le habían hecho de lado; e incluso había perdido su trabajo. Los únicos que le apoyaban un poco eran sus padres, que siempre le decían:
-“Tranquilo, las cosas siempre podrían ir peor. Cuando tus amigos y tu novia te han dejado es que no te apreciaran mucho. Si no, no te hubieran hecho de lado porque los amigos son para siempre, para lo bueno y para lo malo. No como ellos que, cuando te han visto en una silla de ruedas, te han dejado. No sufras más, nos tienes a nosotros, tus padres, que siempre te apoyaremos.”
Pasado un tiempo el doctor le dijo que habría alguna esperanza pero que, para eso, tendría que pasar por una fuerte operación, luego una dura y larga rehabilitación. Él, sin ánimos para nada, no quería; porque se había acostumbrado a estar solo. Pero, un día, sus padres le dijeron:
-“ Manuel, hijo, otros que están en silla de ruedas querrían tener tu suerte. La de tener una esperanza al ser operado y poder volver a andar. Algunos pueden y a ti que te dan la oportunidad, no quieres. Tienes que volver a ser feliz y nosotros queremos que lo seas.”
Y así, con las tiernas palabras de sus padres, Manuel decidió operarse. Tras una larga rehabilitación consiguió volver a andar. Se enamoró de la enfermera que le ayudaba en la rehabilitación y se fueron a vivir juntos a una casa con piscina. A Manuel un buen día le toco la lotería y encontró unos nuevos amigos en los vecinos de su nueva casa, con los que entabló una buena amistad y ,de vez en cuando, se iba con ellos a echar unos tragos o unos bailes.
En definitiva, Manuel recuperó la alegría y la vida que llevaba antes de sufrir el accidente. Moraleja: Aunque las cosas te vayan mal, no desesperes; porque el día menos pensado la suerte te puede cambiar y empezar a sonreírte.
el rincón del artista "asalto a la Feria de Zaragoza" [8.02.08]
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