Érase una vez un niño que había perdido la ilusión, dejo de creer en la Navidad. Habían puesto tantas cosas a su alcance que ya no deseaba nada de verdad incluso dudaba de que Papa Noel existiera. Su madre estaba desesperada porque no encontraba la manera de que volviera a disfrutar de la magia de la Navidad. Trató de convencerlo de todas las formas posibles pero todo falló, no sabía como devolverle la ilusión.
Vivían en una ciudad pequeña que en Navidad se convertía en un paisaje, lleno de luces y buenos deseos, que invitaba a sus habitantes a ser mas dichosos y hacía olvidar los problemas de la vida diaria, pero esto tampoco ayudaba a nuestro protagonista, de pronto la mamá sintió una corazonada, de esas que no tienen explicación y que las mamás suelen tener.
Se detuvieron ante un edifico muy singular un viejo teatro con unos grandes ventanales en los que se podía leer TEATRO OLIMPIA , para sorpresa de la mamá se anunciaba en unos también grandes letreros una película de Papa Noel, no es que existan las casualidades es que aquel viejo teatro encerraba un secreto insólito. Debajo de los asientos y de las viejas columnas habitaban unos seres diminutos, unos duendes y unas hadas encargadas de alimentar la ilusión y la magia de la Navidad.
No se sabe cómo, pero se las ingeniaron para convencer al niño para que entrara a ver la película. Como estamos en un cuento y en los cuentos todo es posible expandieron unos polvos mágicos que les ayudaron a que el niño seguido por una extraña curiosidad quisiera entrar.
Una vez dentro, los duendes y las hadas, cuyo tamaño era muy reducido y que eran unos escaladores muy entrenados, a la vez que empezaba la película se colocaron en los hombros del niño y de todas las personas que estaban dentro de la sala. Tenían que hacer un trabajo muy especial y en poco tiempo, guardaban en sus sacos los duendes y en sus alas, las hadas, las pócimas mágicas que junto a unos silbidos inapreciables para el oído humano conseguían un ambiente de magia y felicidad.
Los duendes en su nariz tenían un podómetro de la ilusión y con oler muy despacito los oídos de los humanos podían percibir los sentimientos y las preocupaciones que estos tenían. Enseguida el duende que se encargaba de nuestro amigo pudo darse cuenta que los niveles de felicidad del niño estaban muy bajos, cuando esto pasaba se tenían que agrupar un par de duendes y hadas y conjugar juntos toda su fuerza , aunque disponían de poco tiempo en nuestro caso.
Cuando la película terminó y se encendieron las luces, los duendes y las hadas descendieron rápidamente de los hombros de los humanos, los que estaban en el hombro del niño tuvieron que apurar hasta el último momento y las hadas que estaban con la madre también tuvieron que hacer mucho esfuerzo en devolverle la confianza y la fe como madre.
El resultado ya os lo podéis imaginar, antes de salir el niño volvía a creer que Papa Noel existía y ese año escribió la carta más bonita que jamás había hecho, en la que además de algún juguete pedía que los niños de todo el mundo pudieran ser felices y sentirse queridos como se sentía él y que de ahora en adelante ningún niño dudara de la Navidad.
Pero quiero que todos sepáis que los duendes y las hadas no están solo en navidad, ni habitan solo en el viejo Teatro OLIMPIA que ya no es viejo porque lo han reformado, están en todos los sitios donde cabe la felicidad y los buenos deseos, pero muy especialmente cerca de los oídos de los niños.
Vivían en una ciudad pequeña que en Navidad se convertía en un paisaje, lleno de luces y buenos deseos, que invitaba a sus habitantes a ser mas dichosos y hacía olvidar los problemas de la vida diaria, pero esto tampoco ayudaba a nuestro protagonista, de pronto la mamá sintió una corazonada, de esas que no tienen explicación y que las mamás suelen tener.
Se detuvieron ante un edifico muy singular un viejo teatro con unos grandes ventanales en los que se podía leer TEATRO OLIMPIA , para sorpresa de la mamá se anunciaba en unos también grandes letreros una película de Papa Noel, no es que existan las casualidades es que aquel viejo teatro encerraba un secreto insólito. Debajo de los asientos y de las viejas columnas habitaban unos seres diminutos, unos duendes y unas hadas encargadas de alimentar la ilusión y la magia de la Navidad.
No se sabe cómo, pero se las ingeniaron para convencer al niño para que entrara a ver la película. Como estamos en un cuento y en los cuentos todo es posible expandieron unos polvos mágicos que les ayudaron a que el niño seguido por una extraña curiosidad quisiera entrar.
Una vez dentro, los duendes y las hadas, cuyo tamaño era muy reducido y que eran unos escaladores muy entrenados, a la vez que empezaba la película se colocaron en los hombros del niño y de todas las personas que estaban dentro de la sala. Tenían que hacer un trabajo muy especial y en poco tiempo, guardaban en sus sacos los duendes y en sus alas, las hadas, las pócimas mágicas que junto a unos silbidos inapreciables para el oído humano conseguían un ambiente de magia y felicidad.
Los duendes en su nariz tenían un podómetro de la ilusión y con oler muy despacito los oídos de los humanos podían percibir los sentimientos y las preocupaciones que estos tenían. Enseguida el duende que se encargaba de nuestro amigo pudo darse cuenta que los niveles de felicidad del niño estaban muy bajos, cuando esto pasaba se tenían que agrupar un par de duendes y hadas y conjugar juntos toda su fuerza , aunque disponían de poco tiempo en nuestro caso.
Cuando la película terminó y se encendieron las luces, los duendes y las hadas descendieron rápidamente de los hombros de los humanos, los que estaban en el hombro del niño tuvieron que apurar hasta el último momento y las hadas que estaban con la madre también tuvieron que hacer mucho esfuerzo en devolverle la confianza y la fe como madre.
El resultado ya os lo podéis imaginar, antes de salir el niño volvía a creer que Papa Noel existía y ese año escribió la carta más bonita que jamás había hecho, en la que además de algún juguete pedía que los niños de todo el mundo pudieran ser felices y sentirse queridos como se sentía él y que de ahora en adelante ningún niño dudara de la Navidad.
Pero quiero que todos sepáis que los duendes y las hadas no están solo en navidad, ni habitan solo en el viejo Teatro OLIMPIA que ya no es viejo porque lo han reformado, están en todos los sitios donde cabe la felicidad y los buenos deseos, pero muy especialmente cerca de los oídos de los niños.
"el rincón del artista" programa 69 E.B. [17.10.08]
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